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jueves, 1 de marzo de 2012

La Linz para perros

Hace poco tiempo he visitado la ciudad de Linz, en Alta Austria. Para empezar tuve la suerte de viajar en tren, como una princesa, por cortesía de ÖBB, pero es otra historia que ya os he contado. Hoy quiero centrarme en la ciudad y en lo que ha significado para mí.
No es un lugar especialmente verde ni está repleto de parques o de zonas donde correr y retozar, pero tiene dos cosas muy buenas. La primera es que el transporte público, para nosotros es gratis. Es la primera vez que, haciendo turismo me encuentro con que ser perro es una ventaja y pude sentir las miradas humanas, pensando en la suerte que tenía de tener cuatro patas y de querer coger un tranvía. La otra gran ventaja es que, salvo en contados museos y alguna catedral, aún temerosos de que los cánidos nos volvamos locos y echemos a correr por encima de las mesas destrozando todo a nuestro paso... salvo en esos casos, las puertas estuvieron abiertas para todo. Absolutamente todo: restaurantes, cafeterías, bares, panaderías, tiendas, hoteles, museos e incluso hasta la entrada en algunas iglesias. La gente ni siquiera hubiera reparado en mí, de no ser porque iba ataviada con abrigo y botas de perro. Sí. Suena ridículo, pero ¿habéis probado a arrastraros sobre las manos y pies descalzos sobre el hielo? Y peor aún, ¿cuándo estos graciosos rocían con sal el suelo para que no se congele? Mis patas no soportan la sal. Quizá sea demasiado fina para este mundo de humanos, pero necesitaba las botas. Y el abrigo es porque realmente, en Linz, hacía frío. La nieve a ellos les llegaba por encima de la rodilla en muchos puntos... a mí me cubría por completo. Así que con abrigo y botas, evidentemente, no podía pasar desapercibida ante nadie.
La gente en Linz no parece ser muy cosmopolita, a pesar del ambiente futurista de cambio del que hacen gala y que lo inunda todo por doquier. Son gente tradicional, sencilla y me temo que dada al cambio, únicamente en lo tocante a la cultura. Las costumbres son las costumbres. Y no debían haber visto más perros vestidos que los de los dibujos animados. Ese tradicionalismo se puede apreciar especialmente a la hora de comer. He oído hablar de una Tarta de Linz, que por supuesto no he catado, porque debe ser dulce a más no poder. Huele bien. Eso sí. Lo que sí pude probar es una variedad de salchicha que mide lo que un cochinillo y que se llama Leberkässe. Leber es hígado y Kässe, queso. Nada que ver. Quizá hígado lleve un poco, pero queso no. Es eso, una megasalchicha, rellena de cosas peculiares como frutos secos o verduras. Está bastante buena. Se suele comer dentro de un panecillo, como un pequeño bocadillo, pero yo el pan no lo como. Engorda. Sólo la salchicha. Y como la cortan en rodajas, al final parece que te estás comiendo otra cosa. Tenéis que probarlo. En realidad, si tenéis cuatro patas y os normalmente os sentís desplazados cuando viajáis... tenéis que ir a Linz, porque parece una ciudad hecha a nuestra medida.

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