Hace poco he vuelto a volar en avión. No es que me guste,
pero es la única forma de ir. Si no, me dejan en casa y no me sé sacar sola a
pasear. No me gusta que no me dejan viajar con mi humana y me lleven al
almacén, como si fuese una maleta, porque peso medio kilo más que los
pequeñajos que vuelan arriba. Pero bueno, dentro de lo malo, hay que reconocer
que hay compañías y compañías.
Reservar y pagar el vuelo fue relativamente fácil. Y digo
relativamente porque para llamar a la compañía no hay más remedio que usar el
902 de turno y si llamas desde el extranjero, la cosa se complica. A mi humana
no le dejaban contactar ni por activa ni por pasiva. Acabó pidiendo el favor de
que alguien llamase desde España. Y reservamos. El día D, llegamos al
aeropuerto, afortunadamente con muchísimo tiempo. En el mostrador de
facturación había colas como si regalasen algo. Llegamos, mi humana saca todos
los papeles y… todo empieza a torcerse.
-
¿Ese es el perro que viaja? – dice la azafata.
-
¿“Perro”?, ¿Qué “perro”? Yo soy una princesa –
pensé yo, mientras mi humana decía que sí.
-
¿Y esa es la caja en la que lo van a
transportar? – vuelve la azafata con cara de desaprobación.
-
Pues sí. – Dijo mi humana temiéndose lo peor y
yo frotándome las patas. “Hoy no hay vuelo” pensé.
-
Meta al perro en la jaula.
-
A ver, esto lleva su tiempo. Hay que convencerla
– dijo mi humana mientras empezaba a acariciarme y hacerme la rosca para que
colaborase. Yo ejerciendo la “técnica Garfiled” abrí mis cuatro patas para que
fuese inviable meterme en la “jaula”.
-
Es que no le gusta nada. – Volvió a decir mi
humana.
-
Ahí ya se torció todo. La azafata insistía en que no había
manera, mi humana en que me metiesen en esa jaula en la que he viajado miles de
veces sin problema y que cumple a la perfección las normas
de la compañía. Yo me resistía
intentando señalar que, aunque mi jaula tuviera 15 metros y un jacuzzi perruno…
yo no iba a entrar ahí de motu propio. ¿Qué hacemos con nuestras vidas? Pues
después de la última frase de aquella mujer quedaban pocas opciones: “O compran
ustedes otra caja en nuestro mostrador de información o no vuelan. Y no me
quiten más tiempo. Eso está muy claro en la normativa
de la empresa”.
Llaman a un señor del servicio del aeropuerto para que nos
indique donde ir… el hombre pregunta que cuál es el problema y después matiza
que no ve el problema por ningún sitio. El animal tiene que caber de pie en la
caja… y cabe, lo que pasa es que no quiere entrar. Pero en fin, vamos a por
otra caja. Air Berlín, no tiene cajas oficialmente suyas. Hay un mostrador
“general”… donde por casualidad había azafatas de Austrian Airlines. Les
pedimos la nueva caja y nos dice que para qué, la que llevamos a cuestas nos vale.
Explicamos que a FlyNiki no le gusta nuestra caja… y ponen cara de
interrogación. Igual se estaban cubriendo las espaldas, porque con ese
historial de mascotas muertas que lleva la compañía y que parece un record,
nosotras también íbamos un poco acongojadas. Nos informan de que no hace falta
porque la caja que tenemos nos vale, pero ante la insistencia de FlyNiki,
acabamos comprando la caja.
Y 150€ después, teníamos una caja en la que fácilmente cabía
un San Bernardo. Entraba yo con mi manta, mis juguetes, mis amigos y mi humana…
literalmente. Para que os hagáis una idea, yo viajo en la cesta de la bici
cuando salimos de paseo y voy a gusto. ¡Ale! ahora hay que montar la caja que
venía por piezas!!! A 10 minutos de cerrarse la facturación, nos aprueban y
empieza otra vez la juerga de convencerme de que me meta voluntariamente en la
jaula. Al final vi a mi humana a punto de ponerse a repartir tiros y entre sin
que me lo dijeran dos veces, me senté y esperé a que pasasen mis dos horitas de
viaje. Entonces vamos a mi ventanilla de entrega y resulta que la superdotada
de facturación, en lugar de nuestros billetes, nos había dado otros… ¡otros!
Qué grande. Y lo mejor es que en aquel aeropuerto todo está “al otro lado”, es
decir, los 100 metros corriendo no te los quita nadie. Un gusto.
Cogimos el vuelo, casi por la cola. Y cuando llegamos a
España y explicamos lo que nos había pasado, en el propio aeropuerto
insistieron en que pusiéramos una reclamación de las gordas. En fin, a mí tanto
estrés en los viajes me fastidia y lo peor, es que mi humana ha empezado a
comprarme croquetas de las baratas… eso sí, ahora tengo una caja de viaje VIP.
Así que tened mucho cuidadito antes de viajar con ellos que dan muchos dolores
de cabeza.