Hace poco, por mi trabajo, tuve que viajar a Budapest. Ya
sabéis, unas fotos y esas cosas que tenemos que hacer las divas del mundillo…
Y estoy acostumbrada a que me traten bien. Muy bien en todos
los sitios a los que voy o me llevan. La gente es amable y yo cumplo las
condiciones que se le exigen a un perrece para ser considerado agradable: soy
pequeña, estoy suave, voy limpia, soy simpática… esos criterios estrictos por
los que los humanos se rigen para decir que un perro les gusta o no. Así que
estoy más que acostumbrada a que la gente me acaricie e incluso me eche piropos
cuando me conocen.
Y luego está Budapest. No sólo os diré que me ha parecido
una ciudad bonita, limpia, extraordinariamente limpia, luminosa, divertida y
llena de gente y de vida. Os diré que los húngaros son gente extraña. Todos,
absolutamente todos, son cariñosos con los
animales. Muy cariñosos. Primero se
detienen en la calle, luego preguntan si te pueden acariciar, después te
acarician y te rascan a conciencia. Saben lo que hacen. Después, te hacen
muchas preguntas sobre la raza, la edad, las preferencias… te dan consejos y al
final, te cuentan que es que ellos también tienen un perro, o sus padres, o sus
vecinos… en Budapest debe haber miles de millones de perros viviendo a cuerpo
de rey en las casas. Yo me quedé alucinada y claro, no quería ni moverme de
allí. Qué gente más maja.
Tú vas por la calle y todo el mundo se muere por hacerte un
mimo. Nadie, ni una vez, me regañó por nada ni les dijo nada a mis humanos
sobre mí. Ni una vez. Eso me extraña mucho. Para bien, claro.
¿Transporte público? Permitido. Eso sí, con correa y bozal.
Normas son normas. Pagamos el billete entero de un adulto humano, porque
tenemos los mismos derechos que él. Me parece bien. En los restaurantes, cero
problemas. Y los camareros traen primero el agua para los peludos y luego las
consumiciones para los humanos. Además haciendo bromas, con un humor
envidiable. De hecho, en un bar me dijeron que lo sentían pero que no podían
darme agua porque se había acabado, pero que me iban a traer un cuenco de
vodka. Y me lo dijeron a mí… lo que digo, encantadores.
El los hoteles, tampoco vi ningún problema. Eso sí, yo
siempre recomiendo que antes de aventurarnos con la reserva, consultemos por si
acaso. Que yo creo que en Hungría no va a haber ni medio problema, claro está,
pero más vale prevenir que ladrar.
La comida excelente. Cierto es que mi familia siempre me
lleva comida perruna de la que me gusta, pero en los restaurantes, siempre cae
un cachito de algo… porque hay que probar la gastronomía local, ¿no es verdad? Pues
muy buena. No puedo decir lo contrario.
En los parques, ni medio problema tampoco. Un montón de
perrillos sueltos y allí todo el mundo se hace amigo de todo el mundo… como
debería de ser.
Vamos que ni trámites, ni perroporte, ni fronteras, ni
problemas, ni gente con malas caras, ni prohibiciones... cero problemas, todo
facilidades y una gente maravillosa, esa ha sido mi conclusión de visitar
Budapest. Os lo recomiendo porque nunca me habían tratado tan sumamente bien en
una ciudad. Creo que me he enamorado un poquito de los húngaros.
Por cierto, por si os interesa, el hotel en el que estuve se llama Estilo Fashion.