Ya estoy aquí otra vez. Disfrutando del otoño y de los viajes que se me presentan. Esta vez hemos estado en Bratislava. Ya había estado allí una vez, pero hacía mucho frío y yo era una peluda joven… no me interesaban las mismas cosas. Es conveniente visitar los sitios que te han gustado, varias veces para descubrir nuevos matices. Esta vez, tuve la suerte de descubrir los mercadillos navideños de la capital eslovaca. No sé qué decir. La verdad es que eran muy bonitos, olía muy bien, a muchos tipos de comida diferente y la gente parecía pasárselo muy bien, pero claro, había tanta gente junta que a mí… se me iba de las manos. Ya sabéis que los perreces no somos grandes amigos de las aglomeraciones de humanos. Eso nos agota. Bueno y a mí, me asusta un poco, para ser del todo sinceros.
Muy interesantes los mercadillos, pero a mí hubo cosas que
me gustaron mucho más, porque lo cierto es que la ciudad es preciosa y la gente
es muy amable con los que vamos a cuatro patas. Obviamente, no me dejaron entrar
en ninguna iglesia ni tampoco en la catedral, porque aun hay algunas barreras
que tendremos que dejar que crucen las generaciones que vienen, pero bonitas,
un rato. La azul parecía un gran pastel recién decorado. Además, por la calle
hay un puñado de esculturas urbanas de lo más divertidas. Ahí me veis a mí partiéndome
de risa…
Bratislava además es una ciudad pequeña, te la puedes recorrer de punta a punta en muy poco tiempo. Hay muchas cosas que visitar, pero lo que a nosotros nos interesa es que hay muchas zonas peatonales, muchos parques y parece que a la gente no le molesta que vayamos por ahí, incluso sin correa. No yo, que en ciudad extraña, siempre voy con la cuerda porque me gusta tener localizados a mis humanos, a ver si se van a perder, que tienen la nariz de adorno y nunca se sabe dónde pueden terminar.
Si tuviera que quedarme con una cosa… me quedaría con sus
bares y restaurantes. Siempre me dan la bienvenida y antes de preguntarles a
los humanos qué quieren tomar, preguntan si pueden traerme a mí, un cuenco de
agua. Y es que todavía hay clases… jejeje. La comida es buena, huele que dan
ganas de sentarte en la mesa y pedir un plato. Y siempre cae algo.
Buenísimo. Y
qué precios… por lo visto con el ahorro, te puedes comprar latas y latas de comida
canina, de las del cachorro que sonríe.
A mí, Bratislava, como ciudad me ha convencido. Si vais a
viajar con vuestros humanos, os lo aconsejo: Bueno, bonito, barato y divertido.